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Entre los grandes retos que como sociedad afrontamos destaca, sin duda, la lucha contra el cambio climático y, como parte de ella, la transición hacia una economía descarbonizada. La industria es una pieza clave en esa transición, como gran consumidor energético que es y que, sin duda, seguirá siendo y como proveedora de productos y servicios, con independencia de la forma concreta de energía que se emplee en sus procesos productivos.
Son numerosas las medidas que tanto la Comisión Europea como las Administraciones Públicas nos señalan como necesarias para acometer la transición ecológica destacando quizás, en el ámbito industrial, la inversión en eficiencia y ahorro energético. Desde hace años, la industria, esta invirtiendo fuertemente para mejorar su intensidad energética, a través, de la aplicación de la misma.
Reducir las emisiones de los gases de efecto invernadero derivadas de sus procesos industriales es, a la vez, un objetivo y un desafío compartido por la industria para lograr dar respuestas al cambio climático global. Sin embargo, merece la pena subrayar que este objetivo debe conseguirse por el desarrollo de nuevas tecnologías y sin necesidad de cerrar la actual capacidad productiva. Esta afirmación es relevante al considerar los efectos que la industria genera en el conjunto de la economía, tanto a nivel regional, como nacional y europeo…